miércoles, 25 de enero de 2017

JEAN ANTOINE WATTEAU Y LA PINTURA GALANTE


Jean Antoine Watteau , uno de los pintores más precoces de la “pintura galante” europea, nació en la ciudad flamenca de Valenciennes, y estudió a una edad muy temprana la pintura del Norte de Europa (Rembrandt y Rubens). En 1702 y con sólo dieciocho años se estableció en París, familiarizándose con las obras maestras del palacio de Luxemburgo y del Louvre. Conoció a coleccionistas y trabajó en el taller de Claude Gillot. Su aguda percepción de la evolución histórica y social sugiere a Watteau la elección de su estilo y de sus temas. En 1717 ingresó en la Academia donde había presentado el cuadro “Peregrinación a la isla de Citerea”, que va a constituir la consagración oficial de un nuevo “género” que él mismo creó: las “fiestas galantes”. Watteau realizó también escenas de género, cuadros mitológicos, desnudos, figuras aisladas y retratos: todas estas obras ofrecen un repertorio iconográfico y estilístico que marcará uno giro fundamental en la pintura europea. La figura discreta, incluso misteriosa de Watteau, ha suscitado un gran número de interpretaciones por parte de la posteridad. Su muerte prematura (murió de tuberculosis en Nogent-sur-Marne, cerca de París) lo vincula a grandes figuras como Rafael.
Jean-Antoine Watteau era originario de una zona de Flandes conquistada por los franceses unos años antes de su nacimiento. Se radicó en París, donde murió tuberculoso cuando contaba apenas treinta y siete años. En su obra presenta una versión amable y bastante idealizada de la vida de la aristocracia francesa: alegres paseos por parques maravillosos, con esculturas alegóricas, bellas damas y gentiles caballeros, todos ricamente ataviados con sedas brillantes; refinados modales, exquisitos colores y una alegre frivolidad en escenas no excentas de una dulce melancolía. La delicadeza de su pincelada y el refinamiento de sus armonías de color, sólo pueden apreciarse adecuadamente contemplando la obra original. Pero la calidad de su arte no se agota en su virtuosismo; hay un matiz de tristeza en sus visiones de la vida bella y refinada de la nobleza; quizás su enfermedad y la intuición de su temprano final influyeran en su obra dotándola de un sentimiento de lo efímero de la belleza que da a su arte una intensidad que ninguno de sus muchos imitadores logró alcanzar.

"Fiesta del Amor".

La fiesta galante de Watteau no es una interpretación realista de la sociedad en sus actividades cotidianas, es solamente una imagen poética del espíritu. En estas atmósferas encantadas, pintadas con tonos cálidos y una especial sensibilidad en el tratamiento de la luz, se pone de manifiesto una plenitud existencial teñida de infinita melancolía, que hará de Watteau un artista muy querido por los pintores románticos, y poetas como Baudelaire. “Gérard de Nerval y más tarde Verlaine admiran la elegancia, la gracia y el potencial estético en lo espontáneo, en lo indeciso, en este “no sé qué” de la pintura de Watteau. Baudelaire considera a las “bulliciosas y elegantes princesas” de los “paisajes de fantasía” de Watteau como figuras familiares, como almas gemelas de la intensidad y de los abismos de la psiquis de las grandes ciudades modernas. El género de fiestas galantes ilustra temas aparentemente triviales: recepciones aristocráticas, bailes, parejas de enamorados, bailes de máscaras, espectáculos teatrales, juegos amorosos, con personajes de tamaño mediano o pequeño en un paisaje. En la poesía “Los faros”, Baudelaire describe así la pintura de Watteau: “ese carnaval donde tantos corazones ilustres, como mariposas vagan centelleando. Decorados frescos y ligeros iluminados por arañas que vuelcan la locura en este baile giratorio”. La vida proyectada sobre la sociabilidad artificial de las fiestas galantes queda así marcada por una extrema melancolía y las emociones que suscita son tan características como ambiguas.


 Fiestas venecianas, hacia 1717-1718, (Edimburgo, National Gallery of Scotland)

Uno de los lugares donde se desarrollaban estas fiestas galantes era Venecia, ciudad en la que Watteau se inspiraría para algunos de sus cuadros. En este lienzo, algunos críticos ven un autorretrato de Watteau en el hombre que toca la gaita. El pintor se muestra en un contexto imaginario, aparentemente de forma irónica.
Las dos primas, hacia 1716, (París, Museo del Louvre). 

Esta languidez pensativa que se desprende de la joven que está de pie delante de un estanque, parece como si fuera dirigida a la estatua de Venus que se divisa en la otra orilla.


Iris, hacia 1719-1720 Berlín, Staatliche Museen). 
Las fiestas galantes para niños visualizan también el talante musical del desarrollo de sus emociones: a medio camino entre la infancia y la edad adulta, la graciosa joven que mira al espectador parece atenta al sonido de la flauta que toca el niño sentado en la hierba.


 Peregrinación a la isla de Citera.

Las pequeñas siluetas que Watteau disemina entre paisajes frondosos y parques umbríos, se mueven con gracia, evocadas, más que descritas, a base de pinceladas ligeras cargadas de luz. El cuadro que lleva por título “Peregrinación a la isla de Citerea” o “Embarque para Citerea” (existen dos versiones, una en el Louvre y otra en Berlín), gracias al cual Watteau consigue su admisión a la Academia, es la obra símbolo del deseo de huir de la realidad para refugiarse en el sueño arcádico de una mítica tierra de amor. El cuadro presenta una secuencia que se lee de derecha a izquierda. El punto de partida es una estatua de Venus (a la cual es consagrada Citerea), decorada con rosas. Una pareja de enamorados está sentada ante la estatua, otras parejas se levantan para descender la pendiente que conduce al embarcadero. Un grupo de amorcillos revolotean en el cielo, esperando a los amantes que van subiendo a la grácil góndola dorada que parte para la isla. Sus preciosas y resplandecientes indumentarias de tonos irisados, no son la expresión de una nobleza aristocrática, simbolizan el estado de ánimo de unos personajes cuyo universo solo está hecho de belleza y felicidad.


Pierrot, 1715-1721, (París, Museo del Louvre)

Bajo un cielo nuboso y en primer plano aparece la figura de Pierrot. LLeva su habitual disfraz que le queda demasiado grande, cortado en tela de satín blanco muy tupido. El personaje, antaño llamado Gilles, expresa una aplastante y dolorosa soledad. Ante este paisaje que parece un decorado de teatro y en el camino situado debajo, tres comediantes vestidos con ropas y sombreros extravagantes, tiran de un asno montado por un jovial Crispín que mira al espectador, como lo hace también el ojo del animal.
Aunque toda la obra de Watteau se situa bajo el signo de la “teatralidad”, el teatro y el mundo de las máscaras como desapego del mundo real, y haciendo referencia a una dimensión diferente y más íntima, permanecen emblemáticas en su obra hasta el cuadro que lleva por nombre “Pierrot”. Gran aficionado al teatro, Watteau conoce las reglas del disfraz, de la ficción, de los registros formales: el mundo de las máscaras de la “Commedia dell’ arte” se convierte en el teatro de las inquietudes, de las ambigüedades, de los sentimientos efímeros y precarios. La presencia enigmática del payaso, del excéntrico, siempre acosado, solitario e incomprendido, atormentaba la imaginación de Watteau que tal vez se identificaba con él. Si se observan atentamente sus cuadros, se descubre en ellos una nostalgia, una profunda melancolía que se insinua hasta en las escenas aparentemente más superficiales.

La enseña de Gersaint, 1720 (Berlín, Castillo de Charlottenburg). Se han formulado muchas hipótesis sobre la identidad de los compradores, expertos y coleccionistas que examinan los cuadros. Con una ligera ironía, Watteau nos presenta una imagen de la alta sociedad de su época. Dos coleccionistas de arte provistos de gafas observan atentamente un gran lienzo oval que muestra ninfas desnudas bañándose, ejemplo del estilo galante que se difundía en el rococó francés. Detrás del lienzo, Gersaint en persona hace un elogio de la calidad de la pintura, como madame Gersaint que muestra un pequeño cuadro a un grupo de clientes que no pueden disimular un poco de aburrimiento.
A partir de 1717 Watteau observa la vida bajo un punto de vista más realista, donde el sentido de lo concreto prevalece sobre el artificio. Su última gran obra “La enseña de Gersaint” se orienta hacia una sagaz observación de la vida social, representada con una cierta ternura pero velada por un simbolismo secreto con connotaciones biográficas. Este cuadro fue realizado en los últimos años de su corta vida, cuando ya estaba tocado por la enfermedad que debía llevárselo en menos de un año. De una anchura de más de tres metros (una dimensión totalmente insólita para una pintura de género) y construido con un gran rigor de perspectiva, es considerado como una de las obras maestras más emblemáticas de la pintura del siglo XVIII. Fue concebido modestamente para decorar la entrada de la tienda de antigüedades llamada “El gran monarca”, propiedad de su amigo Gersaint, marchante de arte. La tela ha sido objeto de diferentes lecturas e interpretaciones: testamento espiritual y estilístico de Watteau, símbolo de un pasaje testimonial entre diferentes épocas de la historia y del arte o, más simplemente, viva y vibrante imagen de un nuevo modelo pictórico y de la evolución del mercado artístico abierto a la alta burguesía. Toda esta multiplicidad de significados es característico en la obra de Watteau, y también este punto de desencanto, de sutilidad agridulce que se insinúa en un asunto aparentemente realista y en una situación que puede parecer banal.





Casi en el centro de la composición, un joven caballero (tal vez un autorretrato de Watteau) invita con un gesto galante a una dama a entrar en la galería. Los reflejos de la luz sobre el vestido rosa plateado enfatiza el movimiento elegante de la mujer, que traspasa el umbral de la tienda y se gira hacia la izquierda para observar la “deposición” del retrato de Louis XIV en una caja.
Los temas y los cuadros de Watteau nos atestiguan los gustos artísticos de comienzos del siglo XVIII, paisajes y escenas mitológicas. Todos estos lienzos tienen en común la futilidad o ligereza y los colores claros del siglo XVIII. Los severos retratos con colores oscuros pertenecen al siglo precedente. Hay también cuadros de inspiración religiosa, pero casi todos ellos se encuentran relegados a las filas más altas, las menos visibles.

https://www.museodelprado.es/aprende/enciclopedia/voz/watteau-jean-antoine/129fbf07-cd11-49cf-be27-26104f87d607
http://photogallerys.ru/art/02/artonline1514.jpg
https://www.aparences.net/es/periodos/rococo/jean-antoine-watteau/
http://lineadeltiempo-rococo.blogspot.com.es/2010/05/jean-antoine-watteau.html
http://www.20minutos.es/noticia/1704408/0/antoine-watteau/rococo/fetes-galantes/
http://www.metmuseum.org/toah/hd/watt/hd_watt.htm
http://www.foroxerbar.com/viewtopic.php?t=6618
http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/602

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