martes, 22 de noviembre de 2016

JEAN-HONORÉ DE FRAGONARD...EL PLACER DEL ROCOCÓ

Junto con Watteau, Chardin o Boucher y con el trasfondo de la Ilustración, Fragonard es uno de los pintores más significativos del periodo rococó. Encasillado como pintor frívolo, lo cierto es que Fragonard desarrolló una intensa actividad en el ámbito de la pintura mitológica y religiosa, el retrato y el paisaje. Su gran sed de conocimientos en el arte del pintar es sin duda una de las razones de la diversidad de estilos que presentan sus cuadros.Francastel decía de él que pintaba de lo mismo que respiraba. Se formó con Chardin, Van Loo y sobre todo Boucher, con quién debutó con pinturas de temas galantes plasmados con una alegre gama cromática. Durante su estancia en Italia (1756-1761), en Roma estudió a los grandes decoradores barrocos como Pietro da Cortona, a la vez que se dedicaba junto con el pintor Hubert Robert, a los aspectos más encantadores del paisaje italiano que fijó en bocetos de una gran importancia para el desarrollo de elementos paisajísticos en obras ulteriores. A la búsqueda de nuevas experiencias, viajó a los Países Bajos, contribuyendo al gusto por la pintura holandesa con una serie de escenas pastorales que se inspiran de Van Ruysdael, pero se interesó sobre todo en Rembrandt y Franz Hals, utilizando los audaces efectos de luz del primero, y del segundo, la fluidez de sus pinceladas, lo cual modificó su estilo a partir de los años 1770.
La lectora, hacia 1776, (Washington, National Gallery). Precioso y emocionante momento de intimidad, este cuadro es uno de las más célebres de la segunda mitad del siglo XVIII. La gama cromática que utiliza Fragonard parece anunciar Renoir.
Artista de una gran cultura figurativa, pero no ecléctica, con una confianza ilimitada en los medios que ofrece la pintura, Fragonard desarrolló una técnica de virtuoso que al mismo tiempo le mostró sus límites. En la misma época que Boucher, Jean Honoré Fragonard retoma ciertos elementos del siglo XVI. Como Tiepolo, reanuda con la antigua tradición de la pintura veneciana de la cual conserva los colores brillantes y el pincel nervioso. Por la sola fuerza de la evocación, de la sugerencia, crea atmósferas delicadas e insinuantes.

Diana y Endimión, 1753-1756,(Washington, National Gallery). En la época de Fragonard el tema de Diana y Endimión era muy popular. La belleza del joven que cayó en un sueño eterno hizo volar la imaginación de poetas y artistas como símbolo de belleza intemporal que es también “la promesa de gozo eterno”.

Los jardines de la villa d’Este, 1760-1763,(Londres, Wallace Collection). En Roma en 1760 el pintor encuentra al llamado abad de Saint-Non, un rico personaje con el cual viajará por diversos lugares, y, en concreto, a Tívoli, a la villa d’Este. En estos jardines aterrazados, donde la densa vegetación había creado un desorden monumental propicio a los juegos sutiles de la luz, se evidencian las cualidades de Fragonard como arquitecto de la naturaleza. Las masas imponentes que forman los árboles, la simetría de las sombras y el juego acentuado de las luces, anuncian una nueva sensibilidad en la obra del pintor.
 Fragonard concede una gran importancia al uso y a la forma del pincel; sus pinceladas son a menudo anchas y nerviosas, como si quisiera fijar rápidamente, de improviso, un pequeño instante de felicidad. Su arte anuncia el impresionismo del siglo XIX, y especialmente Renoir, quien amaba la pintura de Fragonard y del cual decía sentirse muy cercano.

Les baigneuses (las bañistas), 1761-1765,(París, Museo del Louvre). Se habla de un Fragonard indigente a su regreso de Italia y obligado a pintar para amateurs de pintura erótica. La desnudez de las figuras evoca la pintura de su maestro Boucher y los cuerpos robustos de las mujeres de Rubens. Pero en esta escena de una sensualidad aparentemente gratuita, se descubre la riqueza del vocabulario formal de Fragonard que expresa con el dinamismo de sus pinceladas.

La carta de amor, hacia 1770 (Nueva York, Metropolitan Museum of Art). Esta pintura ilustra el extraordinario dominio de la técnica y de los efectos de luz. Vestida a la moda de la época, la joven lleva un elegante vestido azul y una bonita cofia que esconde en parte un peinado muy elaborado. Está sentada delante de su escritorio al lado de su perro, un spaniel blanco, ambos mirando al espectador. El nombre que figura como firma en la carta que acaba de escribir ha dado lugar a varias interpretaciones sobre la identidad de la modelo. Una de ellas, es que podría tratarse del nombre Cuvillere, hija de François Boucher, que en 1773 se había casado con un amigo de su padre, el arquitecto Charles Etienne Gabriel Cuvillier.

La lección de música, 1769? (París, Museo del Louvre). Se desconoce con exactitud la fecha de realización de esta pintura. Tal vez se trata de una obra de juventud que quedó inacabada o de un boceto realizado en los últimos años de su actividad artística. El tema del profesor de música cortejando a su alumna fue tratado ya por los maestros holandeses como Vermeer. Aquí la escena transcurre en una atmósfera de sueños de amor.

El cerrojo (detalle) hacia 1777 (París, Museo del Louvre). A primera vista, esta pintura parece pertenecer a la misma vena de ligereza y erotismo de los temas que tanto gustaron a Fragonard a lo largo de su carrera. Sin embargo, la intensidad de los efectos de claroscuro y la fuerza dramática de la composición en diagonal dan un cierto aire de gravedad a la escena.
Las escenas de juegos y recreación son una temática recurrente en la pintura de Fragonard. Muy influenciados por Boucher, los cuadros “El columpio” así como su gemelo “La gallina ciega” fueron probablemente realizados por Fragonard cuando éste se encontraba todavía en su taller. Constituyen magníficos ejemplos del estilo del pintor en sus comienzos, que aunque muy marcado por su maestro, anunciaba ya sus cualidades originales. Con una exuberancia y una vitalidad casi inaccesibles para Boucher, el pintor nos muestra el dinamismo de estas deliciosas criaturas que continúan jugando mientras la caída es casi inevitable.  En estos cuadros los colores parecen ya más luminosos y la luz más dorada, aérea y ligera que en la pintura de Boucher.

El columpio, hacia 1750-52 (Madrid, Museo Thyssen Bornemisza). En esta escena destaca la presencia enternecedora de dos niños que parecen asustados y a los que el mayor protege con su cuerpo. Con un encanto muy diferente de los remilgados amorcillos de Boucher, las figuras de Fragonard desprenden este calor familiar lleno de ternura que más tarde será característico en la obra del pintor.

El columpio, 1775-1780 (Washington, National Gallery). Este lienzo, junto con el que lleva por título “La gallina ciega”, formaba parte de un vasto programa decorativo que incluía escenas de jardín. Ambos cuadros fueron concebidos para ser colocados en el revestimiento de un salón. Se trata de grandes y pintorescos jardines donde las figuras han sido reducidas al máximo. En un entorno frondoso y exuberante, hombres, mujeres y niños, lujosamente vestidos, se dedican a todo tipo de actividades: juegan a distintos juegos, pasean, conversan o comen. Estas pinturas merecen un puesto destacado entre los paisajistas franceses del siglo XVIII.

Los felices azares del columpio (L’escarpolette) hacia 1766 (Londres, Wallace Collection). Fragonard vuelve a poner de moda el género de las fiestas galantes, pero sustituyendo la delicada melancolía de Watteau por una licencia audaz y divertida. El tema del cuadro relanza el clásico asunto del triángulo amoroso. Mientras el marido inconsciente tira de las cuerdas del columpio, el amante furtivo se esconde en la maleza para observar a la joven mujer desde un punto de vista privilegiado: en medio de un revoloteo de faldas, y el escarpín que se escapa del pie, Fragonard añade una nota más de frivolidad a esta escena.

Las lavanderas, 1756-1761 (Saint-Louis, The Saint-Louis Art Museum). Se trata sin duda de un cuadro ejecutado después de su primera estancia en Italia (1756-1761); el artista utiliza muy a menudo el tema de las lavanderas que sitúa en un marco natural. En este caso, Fragonard parece retratar una imagen de la vida cotidiana en la Roma de aquella época.

El beso robado, 1756-1761 (San Petersburgo, Museo del Hermitage). Este cuadro representa un muchacho tomando como prenda un beso de una de las dos chicas que acaba de perder a las cartas. Fragonard ha descrito con total maestría este interior rústico y los tres adolescentes que hacen la apuesta:  la espontaneidad del ganador, el sobresalto de la perdedora y la envidia de su amiga; incluso el mantel que resbala bajo el movimiento de contracción de los brazos, y las cartas que caen al suelo.




El beso robado (San Petersburgo, Museo del Hermitage) Esta tela pertenece al último periodo artístico de Fragonard y forma parte de la serie dedicada a los Besos. El tema se inscribe dentro de la pintura galante y sentimental que tanto agradaba a la nobleza francesa de Luis XVI. Esta clase social sentía una especial predilección por la pintura de género y particularmente por las escenas eróticas o sentimentales como ésta.
El cuadro representa a una joven que es sorprendida por un admirador en un gabinete, sala íntima y privada de las casas y palacios del siglo XVIII. El amante acaba de abrir la puerta inesperadamente para arrebatarle un beso, mientras le coge el brazo a la fuerza.
Cuando pintó este cuadro, el artista, pasaba de los cincuenta años y ya se había consagrado plenamente como pintor. Hacía poco tiempo que había vuelto de un viaje por Europa donde pudo contemplar a los grandes maestros holandeses del siglo XVII, que marcaron en gran medida su última etapa pictórica tal y como podemos contemplar en esta obra: el gabinete, sumido en la penumbra, está descrito a través de un gran dominio del claroscuro. Cada detalle de la habitación es representado con precisión, mientras que las diferentes texturas de las telas como la seda del vestido o la transparencia del manto, están muy logrados.

El encuentro, 1771-1773, (Nueva York, The Frick Colección). Se trata de uno de los cuatro lienzos encargados a Fragonard por madame Du Barry. Se cree que su fuente de inspiración es el teatro. Representa un encuentro secreto detrás de una balaustrada en un agradable rincón de un jardín. Vestida de blanco y amarillo la joven adopta una pose teatral. En su mano derecha tiene una carta sellada. Sus cabellos están adornados con rosas, flor asociada al amor y representada abundantemente en este cuadro. La estatua de Venus y Cupido representa un sainete: Venus se niega a entregar sus flechas a Cupido. Fragonard conocía el mito de esta escultura gracias a los cuadros de Watteau entre otros.

La isla del Amor o la Fiesta en Rambouillet, hacia 1775d, (Lisboa, Fundación Calouste). En esta pintura, una de las más bellas y “modernas” del artista, las frágiles y elegantes figuras de jóvenes son conducidas por la preciosa barca hacia ese torbellino de agua que engulle la frondosidad que domina ostensiblemente el espacio. Con esta obra, Fragonard parece querer indicar cuán frágiles e inciertos pueden ser los sentimientos.
Aunque el gusto de la clase aristocrática cambiaba muy rápidamente, Fragonard permaneció como el principal representante del estilo rococó ya en decadencia, realizando algunas de sus obras más emotivas como las “Alegorías”, las figuras de fantasía y los retratos de Diderot y del abad de Saint-Non. No fue hasta los años 1780 que Fragonard intentó un tímido acercamiento al nuevo estilo neoclásico, lo cual es evidente en cuadros como “La Fuente del amor”. Paralelamente, trabaja con temas de la vida rústica o de la infancia y adolescencia: una temática que suscitaba un gran interés en esta época y que encuentra en Fragonard un intérprete amable, alejado del radicalismo ético de Rousseau, evidente sobre todo en el cuadro “La lectora”, en el cual Fragonard supo representar el mundo cotidiano de una forma directa y humilde, sin excesos pictóricos.




FIGURAS DE FANTASIA

En 1769 Fragonard realiza catorce “figuras de fantasía”, de las cuales, ocho están construidas a base de grandes líneas oblicuas y realzadas con toques de pintura en zigzag de radiante cromatismo. Hoy en el Louvre, estos retratos fueron pintados según modelos o inventados, con caras muy coloreadas a base de anchas pinceladas, donde predominan los colores rojo y oro, representando la visión de un inspirado poeta que captura la esencia de un tema: apasionado en el retrato de Diderot, o el deseo de gustar de mademoiselle Guimard , famosa bailarina y mujer enamorada del amor. Fragonard realizó para la Guimard la decoración de su hotel parisino construido por Ledoux. En sus retratos, Fragonard puede ser comparado a Franz Hals o Rembrandt, porque sus iniciativas artísticas fueron alimentadas con un alto y muy inhabitual nivel cultural.
Marie-Madeleine Guimard, 1769, (París, museo del Louvre). Célebre bailarina y actriz que formaba parte de los círculos libertinos, Marie-Madeleine Guimard (1743-1816) protegió a varios artistas, entre los cuales destaca Fragonard; La música, 1769, (París, Museo del Louvre). Este retrato de M. de La Bretèche, controlador general de finanzas y hermano del abad de Saint-Non, es una de las “ocho figuras de fantasía” que se conservan en el Louvre.

El abad de Saint-Non, 1769 (París, Museo del Louvre). El retrato de Saint-Non, fiel admirador de Fragonard, llevaba una etiqueta en el dorso del cuadro, precisando que el retrato había sido realizado “en tan solo una hora”, lo que deja entrever el vigor impetuoso del pincel, magnificado por la audacia del colorido.
El descalabro que sufrió el mercado del arte durante la Revolución francesa, obligó Fragonard a retirarse a Grasse, su ciudad natal, pero fue atraído a la política por el profesor de su hijo, el pintor David. En sus obras tardías, intentó conformarse, a veces con escaso éxito, con la austeridad neoclásicadel “estilo republicano” de David.
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